Uniforme

Junio 2010

La instalación presentada por Claudia Casarino está conformada por una multitud de uniformes de tul negro. De espesa transparencia; este grupo de ausentes reafirma su presencia; buscando reflexionar sobre temas como inmigración y exilio económico. Uniformes vacíos que hablan de un aspecto de nuestra realidad, que no es solo nuestra sino que se ve reflejada en economías similares alrededor del mundo. La instalación Uniforme se exhibió en el Centro de Expresiones Contemporáneas de la ciudad de Rosario (2008), en el Museo Afro Brasil de San Pablo y en la Trienal de Santiago (2009).
El espesor de las sombras
 
Resulta imposible no relacionar esta muestra de Claudia Casarino con su exposición de los vestidos transparentes suplantados por sus propias sombras (2005). En la muestra actual la celebración del tul ha sido suplantada por la oscuridad luctuosa o severa del negro, como si el momento de la sombra -la contracara de la imagen- haya logrado reivindicar sus derechos e impuesto su presencia sustraída. Sin embargo, esta apelación al tul negro no sólo marca el contrapunto de signos cromáticos opuestos, sino el ritmo diferente de la misma economía del objeto: a pesar de la caducidad de sus significados, en el mercado abunda el tul blanco de los ritos vinculados con el resplandor de la honra o la doncellez femenina, mientras que resulta difícil encontrar el tul que vela el rostro de la viuda o subraya tenuemente la etiqueta rigurosa de ciertos ajuares. Pero este juego entre el exceso y la falta, o entre el rito de la fiesta y el de la pérdida, -expediente fundamental en todo planteamiento acerca de la representación- apenas roza la figura de la disponibilidad del stock indumentario y se centra en otra tensión, para apuntar luego a significados socioculturales que rodean la escena estricta de lo ofrecido o sustraído a la mirada.
 
Los trajes de tul blanco turbaban el trayecto de la luz para dar lugar a las formas oscuras que lograban proyectar contra la pared. En la presentación que hiciera de aquella muestra, me refería a la escueta sentencia de Levinas: “El arte siempre deja la presa por su sombra”. Pero esta ansiedad del arte por la ilusión o la espalda negra de las cosas no significa más que un ardid de la mirada, para volver sobre la cosa -desde el rodeo de su falta- y verla o saberla suspendida en el vacío; rodeada, atravesada o habitada ella por su propia ausencia: la que la convierte no en objeto real, sino en imagen.
 
Aunque se encuentren también confeccionados con tules transparentes, estos trajes oscuros logran producir sombra mediante la superposición de decenas de piezas iguales. En rigor, este procedimiento no arroja sombra (salvo la proyección de las costuras que trazan breves líneas sobre el suelo), sino que parece reabsorberla, provoca por condensación una oscuridad densa que, más que mancha sombría, es masa nocturna, compacta negrura vuelta sobre sí.
 
Siguiendo el camino inverso, esta táctica de mostración/sustracción coincide con la primera (la de los tules blancos), tanto en la disipación de la imagen -que sólo puede ser rastreada en los contornos temblorosos de su propio reflejo- como en el espesor tupido que produce la superposición de vestidos leves. En ambos casos, ocurre un escamoteo del cuerpo: la tenue masa de velos superpuestos y la oscura señal que proyectan los uniformes velan/revelan la ausencia de sus destinatarios. Ellos comparecen mediante la fuerza metonímica de la ropa que emplaza sus figuras omitidas: se presentan como espectros en un teatro de sombras y veladuras. Y ese estatuto fantasmal abre un más allá de la escena.
 
Y, desde ese lugar, cabe ahora marcar otra diferencia: los vestidos blancos correspondían a atuendos de gala o de rito, y su reiteración marcaba un paradigma de vestimenta, un modelo social (en el sentido de una moda); mientras que los trajes negros aluden a uniformes empleados en cierto tipo de “oficios menores”, como los empleados por hombres y mujeres dedicados al magisterio, la enfermería, la mecánica, etc., por lo que su multiplicación señala el estándar de una categoría jerárquicamente subordinada. Esta distinción (en el sentido de Bordieu) permite vislumbrar por entre la malla brumosa del tul oscuro la figura de personas uniformadas y anónimas, semiinvisibles, sólo identificables mediante sus siluetas inciertas, sólo sugeridas por los vacíos que han dejado al migrar buscando trabajar en negro (por las sombras que las siguen en su odisea esperanzada o asustada, por la posible viudez anunciada en el exilio).
 
Quizá, en este caso, el gesto de conformar una figura apretada y sombría pueda constituir una estrategia defensiva o un medio de resistencia; una manera de tramar conjunto para restituir cierta imagen posible del cuerpo social exiliado.
 
 
Ticio Escobar
Asunción, octubre 2008